Maldita Rutina

Me despierto a la mañana deseando dormir un poco más. Abro levemente mis ojos, miro el reloj y descubro que ya es demasiado tarde. En ese mismo instante resuena en mis oídos el grito de mamá, que intenta despertarme.
Me levanto apresuradamente y me dirijo al baño. Me lavo la cara, cepillo mis dientes y luego regreso al cuarto. Me saco mi pijama, me pongo una camisa blanca, una pollera azul, unas largas medias y unos zapatos marrones. Luego el espejo me revela lo desagradable que me veo por la mañana.
Voy hacia la cocina, tomó un café con leche y como unas tostadas. Cepillo nuevamente mis dientes, tomo mi mochila y me voy hacia el colegio.
Escucho las aburridas clases de esa señora, que sólo piensa en jubilarse. Me rió con mis amigos. Almuerzo en esa cantina con poca variedad de comida, que encima de no ser saludable, es intragable.
A la tarde regreso a casa, tomó una chocolatada y hago la tarea. Ceno y me voy a dormir, después de haber chateado. Al día siguiente hago lo mismo.
El mundo gira, y yo sigo con mi rutina. Día tras día haciendo lo mismo.
Pero en mis recuerdos llevo aquel día, la leve curva en mi extensa linealidad. Es que la cosas son así: las vacaciones no serían vacaciones si fueran eternas. El hecho de hacer siempre lo mismo hace interesante lo distinto. Soportamos la semana, porque al terminar nos espera "el fín de semana". Los minutos de silencio son increíbles luego del bullicio.
El hecho de que nunca me hablaras, hizo especial el día en que me dijiste hola.
Entonces… ¡Bendita sea mi rutina!

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